El cabo de Cunningham es una de las sogas náuticas trenzadas que incluimos como parte de la jarcia de labor de un velero, es decir, todos aquellos cabos que manipulamos para gobernar el barco y regular su avance, dirección y movimiento general. Dentro de estas tareas, el Cunningham desempeña un papel menor, pero crucial.

Este cabo recibe su nombre del Cunningham, uno de los ollaos de la vela mayor. Los ollaos son los agujeros situados en los tres vértices de la vela para amarrar los cabos correspondientes. A los ollaos se los llama puños, denominación que va acompañada de la soga que le corresponde a cada uno. Así, tenemos el puño de driza (vértice superior), el puño de escota (vértice exterior) y el puño de amura (vértice interior). El Cunningham es el ollao situado justo encima del puño de amura.

A este útil ollao también se le llama, en ocasiones, ojo de Cunningham. Debe su nombre a su inventor, Briggs Swift Cunningham II, un famoso patrón estadounidense vencedor de la regata Copa América en 1958, en su barco Columbia, y también conocido fabricante de yates. En argot marítimo inglés se lo denomina “Clever Pig”. Originalmente, el invento surgió para contrarrestar la deformación que sufrían las velas por efecto del viento, aunque en la actualidad tiene otros usos, como vamos a ver.
El cabo que pasa a través del ollao Cunningham cumple, como otras sogas, una función complementaria, pero, como avanzábamos antes, fundamental para el avance del velero cuando sopla el viento. El cabo tensor de Cunningham funciona en conjunto con la driza, que es el cabo que sirve para izar y arriar la vela, y que la mantiene unida al mástil. El Cunningham no hace sino reforzar esta última función. Veamos cómo.

Cuando el viento colma la vela, la driza mantiene el grátil -la parte perpendicular de la misma- firme junto al mástil. De esa manera, el tercio inferior de la vela permanece plano y el embolsamiento, y por lo tanto la fuerza del viento, se traslada hacia la proa. El cabo de Cunningham ayuda a mantener la tensión de la vela en la zona inferior, potenciando el efecto de la driza. Sin el Cunningham, el viento puede reducir sensiblemente la eficacia y el rendimiento de la forma aerodinámica del barco.

Se suele hablar de la tensión de driza y la tensión de Cunningham, una forma de expresar hasta qué punto estamos empujando la bolsa de aire hacia la proa. El juego entre ambos cabos, calculado en base a la fuerza del viento, nos permite modificar la entrada y salida de aire en la vela hacia la baluma -lado posterior de la vela-, y por lo tanto la velocidad de la embarcación y su forma de avanzar por el agua.

El uso del cabo de Cunningham suele producir arrugas visibles al pie de la vela, pero no afectan a su rendimiento. No obstante, si las arrugas se producen en el grátil, será un indicador de que la tensión es excesiva, y se deberá manipular el cabo para liberarla.

Normalmente el Cunningham se encuentra en la vela mayor, pero hay muchos veleros que también presentan este ollao en el foque, que es como se llama la vela delantera de menor tamaño, entre el trinquete y el bauprés, que complementa a la vela mayor. Existen muchos tipos de foques, pero, en cualquier caso, es en la vela mayor donde el cabo de Cunningham cumple su tarea más importante.

El cabo de Cunningham debe ser de un material que resista perfectamente la tensión, ya que, como hemos visto, su papel es contrarrestar la fuerza que ejerce el viento sobre el grátil. ¡Y es mucha fuerza!

Lo más recomendable para disponer de cabos de Cunningham que no cedan en absoluto es el polietileno Dyna, un material sintético de de gran fuerza y resistencia, además de bajo estiramiento, precisamente las cualidades que resultan necesarias para este tipo de soga. Una posible alternativa, en caso de que no podamos acceder al polietileno, es el poliéster preestirado. También es extremadamente resistente, no solo a la tensión que producirá el empuje del viento, sino también a los elementos, como la radiación ultravioleta del sol o el agua marina.

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