La navegación en mar abierto implica, como su nombre indica, largos trayectos lejos de tierra firme: cruzar el océano, pasar días y días lejos de tierra. Es, por lo tanto, mucho más exigente que la navegación costera, a todos los niveles: para el patrón, para la embarcación y para el equipo y el material.


La navegación oceánica cuenta con un gran número de adeptos. Es fácil comprender por qué: a pesar del nivel de exigencia y de los posibles peligros, navegar en mitad del océano es una experiencia única, de esas que fácilmente pueden cambiar la vida de una persona. Sin tierra firme a la vista, tal vez sin ninguna otra persona en muchos kilómetros a la redonda, con la única compañía del agua y su irreal belleza desde los límites de nuestro barco hasta el horizonte.


¿Verdad que resulta atractivo? Para muchas personas, navegar en alta mar supone una forma de comunión con la naturaleza, o tal vez de enfrentarse a ella cara a cara. Seguramente encontraremos tantas explicaciones para esta afición como patrones haya en el mundo, pero, escojamos la que escojamos, no cabe duda de que es algo inigualable.


Curiosamente, hay peligros de la navegación costera que se evitan cuando nos lanzamos a surcar las olas en alta mar. No hay rocas escondidas que puedan dañar nuestro barco, el riesgo de sufrir una colisión es mucho menor y, por lo general, el mar se comporta de forma mucho menos traicionera e imprevisible.


Todo esto no implica que la navegación de altura sea sencilla, por supuesto. En alta mar contamos solo con nosotros mismos: el atractivo de que no haya nadie en muchos kilómetros a la redonda supone también que deberemos ser autosuficientes en todos los sentidos. Cualquier tipo de avería, herida o problema nos dejará a merced del mar, contando únicamente con nuestras habilidades y el equipo de comunicación del que dispongamos.


Evidentemente, en alta mar es fundamental conocer la previsión meteorológica de forma constante. Incluso así, habrá momentos de mala mar, para los que será fundamental que nuestro barco está preparado para un oleaje intenso, para desalojar el agua y mantener la estabilidad.


El riesgo de colisiones, que ya hemos mencionado, es menor, pero existe: será muy importante contar con iluminación nocturna adecuada, además de con un sistema de radar en perfecto funcionamiento y un radar reflector que permita a los otros barcos localizarnos con total precisión.


Para navegar en alta mar, deberemos hacernos con la máxima certificación de navegación: el título de Capitán de Yate. Este nos habilita para navegar sin límites de distancia, tanto de día como de noche, pero exige un elevado nivel de formación y horas de práctica, así como un curso adicional de operador de radio y la aprobación de un examen.


Más allá de los títulos, para aventurarnos a cruzar el océano Atlántico, por ejemplo, o cualquier otro mar del mundo, lo fundamental es contar con experiencia, tanto propia como de nuestra tripulación, si la llevamos. Salir a navegar es como recorrer miles de kilómetros en tierra: nadie nos controlará, y todo quedará bajo nuestro propio criterio. Así pues, debemos actuar con responsabilidad, escoger cuidadosamente la ruta, informar de la misma, prever posibles problemas y soluciones, etc.


También deberemos contar con material adecuado para una ruta en alta mar. La cabuyería es un buen ejemplo: los cabos y sogas imprescindibles para una ruta oceánica son muy diferentes de los que nos harían falta para la navegación costera. Necesitaremos cabos de alta calidad y amplia durabilidad, ya que estaremos navegando durante muchas horas en condiciones de total exposición al mar y a los elementos.


La navegación implica un aprendizaje constante, y la navegación en alta mar, aún más. Previsión del tiempo, mantenimiento de la embarcación, primeros auxilios, coordinación con tu equipo… es muy buena idea entrenar a fondo todas esas habilidades en travesías previas antes de lanzarse a la aventura de realizar una travesía cruzando el océano.


Sea como sea, una travesía oceánica nunca será un viaje perfectamente regulado y planificado. Es una experiencia vital, una forma de desintoxicarse del día a día, y, por lo tanto, lo mejor es afrontarla con calma, cerrando la agenda y disfrutando de cada momento.

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